La mejor inversión a largo plazo: La inversión en el Capital Humano
Por Pedro Medrano Rojas
Si le preguntásemos a los más eminentes economistas del mundo cómo gastarían $50 mil millones para resolver los principales retos del mundo, no nos sorprendería que la respuesta fuese de índole financiera: Promover el crecimiento económico, liberalizar el comercio, reducir la inflación y fortalecer la inversión privada.
Aunque estas son metas loables, ninguna estaría entre las primeras, dentro de la lista acordada durante el Consenso de Copenhague, en el cual estuvieron representados ocho de los más brillantes economistas del mundo (incluyendo a dos galardonados con premios Nóbel de Economía). En aquella ocasión, la conclusión fue que, en el tiempo, las mejores inversiones y las más efectivas, son aquellas encaminadas a enfrentar las enfermedades, la salubridad, la malnutrición y la educación.
Pero más allá de este debate, en nuestra región podemos comprobar por experiencia que invertir en capital humano funciona. En los años 60, por ejemplo, Chile adquirió compromisos que han reembolsado buenos dividendos. En 1950, cerca del 60 por ciento de los niños y niñas chilenos estaba malnutridos; en el 2004, tan solo el 1.7 por ciento sufre igual suerte. El varón chileno promedio es ahora 11 centímetros más alto que si hubiese nacido hace 30 años. Los resultados en alfabetización son igualmente impresionantes: en 1950, uno de cada 3 chilenos y chilenas no podía leer o escribir. Hoy en día, tan solo el 2 por ciento de la población es analfabeto. Chile encabeza la región Latinoamericana en estos indicadores y ahora se enorgullece de un crecimiento del 4.1 por ciento en el Producto Internto Bruto (PIB) promedio entre 1990 y 2004, el más alto en América Latina.
¿Cómo lo lograron? Lo hicieron mejorando exactamente en los mismos factores que hoy recomienda el Consenso de Copenhague: la nutrición, la educación, la salud y la salubridad. De hecho, los chilenos se adelantaron en cuatro décadas a los principales economistas de hoy.
Creo que a estas alturas nadie puede discutir que las mejoras en salud, nutrición y educación – el denominado “capital humano” – apuntalan el crecimiento económico a largo plazo, crean fuerzas laborales más fuertes, saludables y mejor educadas, y repercuten en pocos años en crecimiento del PIB.
Es por ello que la malnutrición y la educación son los dos ejes centrales de la Serie Mundial del Hambre, un nuevo informe publicado esta semana conjuntamente por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas y el departamento de Publicaciones del la Universidad de Stanford y que ya se puede descargar de la página web del PMA en español (www.wfp.org/spanish).
La relación entre la malnutrición, la educación y el crecimiento económico puede provocar ya sea un círculo vicioso o un círculo virtuoso. Cuando los niños y niñas son pobres y están malnutridos, están más predispuestos a no asistir a la escuela porque sus padres dependen de su trabajo para alimentar a la familia. Cuando estos niños crezcan, solo podrán acceder a trabajos marginales perpetuando la situación de pobreza en su descendencia.
No obstante, es posible revertir el ciclo y ejercer un efecto positivo si los niños y niñas están bien nutridos desde que son concebidos hasta su adolescencia y si reciben una educación básica. Las madres que están bien educadas y nutridas dan a luz a menos hijos, que son más saludables y tienen mayores probabilidades de sobrevivir. Estos niños también tendrán mayor capacidad para aprender y es más probable que vayan a la escuela y accedan a puestos de trabajo que les proporcionen mayores ingresos.
En el Programa Mundial de Alimentos creemos que los beneficios derivados de invertir en el capital humano –y el costo de no hacerlo– no pueden ser más evidentes. Se puede hacer y se debe hacer.
Es por ello que esta semana bajo el liderazgo del Gobierno panameño, se ha impulsado en el marco de la Cumbre del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) un proyecto para erradicar la desnutrición infantil en Centroamérica. La iniciativa que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) está desarrollando junto con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) está en su fase final de formulación y permitirá con el consiguiente respaldo político, erradicar de una vez por todas, el hambre infantil en la región en menos de una generación.
A pesar de que la mayoría de las personas convendría en que es inaceptable que todavía, más de un millón de niños en Centroamérica y la República Dominicana vivan en un estado crónico de desnutrición, no es fácil sin embargo vislumbrar las enormes ventajas económicas y sociales que generaría una población bien nutrida.
Mas, si esta inversión es tan fácil y beneficiosa, ¿cómo es que más países en desarrollo no han dado a la nutrición la prioridad adecuada? Tal vez sea porque estas inversiones exigen perseverar más allá de los mandatos políticos y de los años fiscales. Estas inversiones exigen el tipo de visión y de liderazgo que percibe que una generación libre de hambre es más importante –y trae muchas más recompensas– que otras ventajas políticas transitorias.
Pedro Medrano Rojas es Director Regional del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas en América Latina y el Caribe.
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