Cinco horas en Guayacanes
Por Miguel Jiménez Cornielle
La República Dominicana es un país favorecido con numerosas playas y atractivos que la hacen ser un destino turístico de importancia. El análisis de las estadísticas revela el hecho de que en 2005 ocupó el primer lugar entre los países del Caribe con una llegada de más de tres millones de turistas, una participación de 21% en la región, seguida de Cancún (12%), Cuba (11%) y Jamaica (9%). Asimismo, los ingresos de divisas para el país por este concepto fueron de US$3,508 millones el pasado año, un aumento de 11.3% respecto al año anterior. Por el lado de la inversión extranjera, en los últimos años ha habido un crecimiento continuo en este sector. De US$899 millones de inversión extranjera directa que ingresó al país, US$300 millones correspondió al turismo, un impresionante aumento de 132%. Como diría cualquier economista, esto contribuyó a un aumento de 938 nuevas habitaciones para alcanzar 59,870 habitaciones disponibles.
Teniendo en mente estas impresionantes cifras, en uno de los días de fiesta pasados me animé a pasar un rato en la playa, a disfrutar de lo que tenemos en abundancia: arena, sol y playa, lejos de la bulla del tránsito y el agobiante calor de la ciudad. Me fui a Guayacanes, una de las playas mas cercanas a Santo Domingo, que en mis recuerdos juveniles era una playa virgen, con muchos cocoteros y agradable tranquilidad, donde no existían las frituras ni los vendedores ambulantes, tampoco hoteles ni lujosos resorts.
Tan pronto llegué me vino a la mente la canción de Joan Manuel Serrat, Penelope, que entre sus estrofas dice...pobre infeliz, se paró su reloj infantil una tarde plomiza de abril cuando se fue su amante... pues este no era el paraiso de mis sueños. No se cuando Guayacanes dejó de ser virgen, se llenó de mesas con paraguas destartalados, con buscones que te cobran doscientos pesos por dejarte sentar, con frituras cubiertas por lonas azules, con vendedores ambulantes de mariscos, con bullosos colmadones en su periferia, con parqueadores sindicalizados que no pueden evitar el caos, con vasos plásticos y botellas en la arena, con gente, mucha gente y pocos turistas.
Luego de la primera impresión, me sobrepuse, cerré los ojos al entorno y aprecié la briza y el mar, jugué volleyball con mi hija Leslie y mi sobrino George Luis, nadamos y disfrutamos el momento.
Creo que aun hay esperanzas para Guayacanes. A pesar de todo la playa todavia es hermosa, hay que protegerla, se debe copiar el modelo de playa Salinas en Bani, donde el agua es cristalina, el gobierno invirtió en infraestructura, áreas para parqueos, locales para restaurant y diversión, está cuidada por la politur y no se permiten los tarantines. Otro modelo es el de las playas de Miami, en que se pagan US$6.00 y se tiene derecho a parqueo, baños limpios, área de parrillada con mesas y Bar BQ incluidos.
Los sectores público y privado deben unir esfuerzos, hacer un joint venture para que Guayacanes sea otra opcion atractiva tanto para los dominicanos como para nuestros visitantes, no la dejemos en el olvido y el abandono, rescatemosla.
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