Wednesday, May 14, 2008

Mis horas en campaña

Por Ellen Pérez Ducy


No se a Ustedes, pero a mi me tocó en la José Contreras, iba a ser en la Av. Bolívar, pero me desviaron. Feliz de esquivar el usual tapón universitario doblé y avance según podía perseguida por un motorista al cuadrado, y obstaculizada por el guaguero dueño de “Yego la hora” quien primero desmontó a varios individuos y luego se tomó unos minutos en convencerse de que las muchachas en la esquina no se iban a montar en su ruta. Andaba yo sin mucha premura por lo que calmadamente me sumé mas adelante a una cola que no avanzaba.
Suponiendo que se trataría de algunos 10-15 minutos, prendí el radio, pasé todas las estaciones varias veces en los dos botones. Recurrí a los CDs, Canté mejor que Shakira sus propias canciones y miré el reloj. Decidí retirar un CD e insertar otro. No me convenció. El muchacho de mi lado había salido ya dos veces a caminar. A mi derecha, un autobús de la Suprema con los vidrios tintados no me dejaba orientarme exactamente. Sin estar segura si habría personas dentro que pudieran verme, subí las rodillas y me acomodé. Llamé a la casa para dar explicaciones, no problem.
El muchacho del carro en frente ahora se sale de su hondita. Bien parecido, bien vestido y con anillo, le comenta a uno que paseaba desde algún carro abandonado más adelante que todo estaría bien si mandaran la bebida hacia atrás. Cruzan algunos campaneros con banderas en palos y actitud de aburrido jubilo convencidos de que debían ir a no se que lugar en sentido contrario, hacia donde caminan aceleradamente.
Bajo la ventana y solicito informaciones : la campaña, me informan, como si no supiera. Sugiero que la campaña permita pasar de cada lado, y me miran como si hubiera sufrido un derrame. Un señor mayor se desmonta de una camioneta con varias calcomanías – no poner conversación - si bien se veía pacifico. Para mi sorpresa, nadie toca bocina, me había preparado para lo peor en términos de contaminación sonora. El muchacho de buen aspecto se ha montado en la cama de otra camioneta con el que venía paseando desde adelante, no entiendo los lazos, pero bueno. Al rato ya tenían cervezas y conversaron largo rato. Si en este país hay racismo, será de otro tipo.
Recurro a mi teléfono. Mando mensajes, llamo a mis amistades, se cae la red. Recuerdo que tengo dos libros. Como me pareció que Sor Juana Inés de la Cruz era muy densa para el contexto, recurro a uno en francés sobre los hombres y sus dilemas modernos que me regaló un ex. Al rato resulta entretenido, por lo que cuando levanto al vista ha oscurecido y el primer vecino ya ha materializado una novia, también con cerveza.
Llevo una hora, pero estoy resignada y también admirada de la comprensividad de los convidados al tapón. Continúo el libro. Este dice que es necesario recuperar el contacto con el lado salvaje sin perder el civismo cuyo aprendizaje, muchas veces entre madres y profesoras y sin padres, disuelve la agresividad necesaria para ser viriles. Aparentemente, eso aquí no ha sucedido aun. De repente avanza la fila. Un AMET amateur trata de establecer de nuevo la doble vía y recibo mi primer insulto. “Deja ese libro para la casa!. Mira esto, leyendo…” Me sonrío, pues obviamente este no es el caso común, y me divierte que lo publique, mas dada la reciente celebración de la Feria, léase el Carnaval del Libro caribeño que hemos diseñado para nuestros lectores en potencia.
Avanzo seis metros. Le mando un text message a un amigo que vive por ahí, “si estas, sal a conversar y trae agua”. Solo tengo un billete de 500 y seguro que si me apeo se nueve la fila y me depedazan el vehiculo. Me vuelven a llamar de la casa y explico la situación. Sigo leyendo y poco a poco avanzo hasta la intersección desde donde descienden vehículos en vía contraria. La guagua me cierra el paso para doblar y el carrancho que me que de frente no recede ni un centímetro aunque tiene espacio de sobre y no puede avanzar. Nos observamos con desidia ambos, habrá que ver que piensa el de mi. Eventualmente otro AMET amateur logra hacerme doblar a milímetros de tres vehículos en posiciones varias y subo la Avenida al son de “Tan buena y …” no se, que no se manejar? Al menos me dijeron algo positivo.
Tapón numero dos. Como la jeepeta Rexton delante mi decía que el Señor es su guía, lo seguí. Craso error. Nos metemos en una callecita que tampoco circula. Sigo el libro y llego a la parte donde explica porque los hombres le tienen miedo a las mujeres. Esto me parece viable dado que la chica de la camiseta apretada y la copa D que se desguinda a medias de una ventana esta gritando con ronquera sobre no se cuantos de cuales de los millones que se han lanzado a la estratosfera del al latitud 18N y longitud 70W. Me mira directamente, y suponiéndome de su oposición me grita que se acabaron las jeepetas. Asumo que ella espera uno pronto. Finalmente llego al último tapón, donde saltan de y hacia vehículos en movimiento personajes varios cuyo pase han cabildeado. Unos minutos menos y hubiera llegado a mi casa dos horas y media antes. Total, en Alemania no se goza tanto. Considero que mi aporte, y el de muchos, a la campana fue de paciencia, espero nos la remuneren.

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